El juego de la espera

La paciencia significa, según la RAE, » Capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse«. La paciencia parece ser algo que nadie tiene, al fin y al cabo, todos terminamos agotados, desgastados y desesperados de padecer y soportar. ¿Vivir sin alterarnos? Es imposible.

Sin embargo, siempre me ha parecido que la persona que llega a ser paciente, es una especie de gurú, de buddha entre nosotros. Predicar sobre la paciencia, es como predicar del oro detrás del arcoiris. Todos lo queremos, todos lo necesitamos, pero nadie la encuentra.

En fin, que estoy cansada de esperar tener paciencia. Creo que realmente no quiero ser paciente. No quiero una vida de aguante y resistencia. Quiero una vida de productividad, de eficiencia, de acción.

Esto viene, porque hace poco me reuní con unos viejos amigos, y nos pusimos al día sobre la vida de otras personas que conocemos en común. Y al preguntar por ciertas personas, me dio una tristeza profunda saber que seguían en el armario.

La vida sexual, la orientación y la identidad sexual de las personas no son de mi incumbencia, claramente. Pero todos conocemos a esos «otros» que son como nosotros. Hemos compartido armario. Hemos compartido secretos de confesión y luego hemos fingido olvidarlo.

Tengo un especie de lista mental de esas personas que conozco que se que son parte de la familia LGBT pero que viven una vida fingida, como la que tenía yo. Y me da tristeza ver que pasan los años, y siguen sin amarse y sin vivir su realidad por la presión familiar, religiosa, o por razones que desconozco.

¿Qué relación tiene esto con la paciencia?

Fácil, que muchos de ellos viven en la misma mentira en la que vivía yo: hay algo «malo» en ti, ser LGBT va en contra del «diseño original», debes rendir tu vida a Cristo, y tener paciencia de que Dios cambiará tu vida.

Ya que ser LGBT no es ni moda ni decisión, sino naturaleza pura y dura, pedir a estas personas vivir con «paciencia» de algún día cambiar, es una sentencia de muerte. Porque no, nunca van a cambiar.

Realmente lo que se les pide, es que padezcan su afectividad, su amor, su identidad reprimida en secreto, que aguanten, que se ahoguen, que se silencien, con la falsa esperanza de que algún día, Dios hará un milagro.

Conozco a muchos que siguen allí. En el armario, deseando amar y ser amados. Pero con grilletes religiosos y psicológicos que pesan más que las ganas de volar.

A las personas LGBT se les dice que tengan paciencia, que Dios enviará a la persona «correcta» que obviamente, será del género contrario, que el día que contraigan matrimonio, su desviación será sanada; que asumiendo la pena de un abuso en la infancia, podrá sanar su sexualidad; que una vez «conozcan a Cristo» su identidad de género será corregido… y así, mentiras tras mentiras.

Piensa en todos los amores rotos, todas las identidades desgarradas, todas las confesiones de amor en el aire, pasiones oprimidas, todas las familias e historias de amor que pudieron ser, que nunca serán porque alguien con supuesta autoridad divina no se le antoja bendecir la unión homosexual o la identidad transgénero.

La vida es demasiado corta como para vivir padeciendo algo que está para ser disfrutado. La vida es demasiado corta como para vivir en el armario.

Si, es cuestión de tiempo para algunos. Y si, puede que Dios haga un milagro. El de abrir los ojos, romper los prejuicios, y abrir la puerta de par en par para abrazar nuestra propia vida tal y como es.

Cualquier «promesa» contraria a esta, es simplemente un maltrato a la dignidad humana.

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