DECIR ADIÓS ES MORIR

Decir adiós puede tener muchos significados. Despedirse puede muchas veces significar un «hasta nunca». ¿Recuerdas cada vez que has dicho adiós?.

Siempre estamos en busca de la «verdad», o como prefiero ya pensarlo yo, siempre estoy en busca de la Belleza y de la Justicia. Es un viaje, o un camino como diría Antonio machado, en el que no tengo ni camino marcado delante mío, y mis sendas se borran tras mi pisada.

Si entonces la vida tiene este sentido tan efímero. El adiós es apenas un suspiro. Incluso, un día yo misma diré adiós a esta vida, a este mundo, a mis seres queridos.

A veces a nuestra sociedad occidental no le gusta hablar de la muerte, así clara y distinta. Preferimos hacer parodia de la muerte, hacer escenas grotescas que nos den risa, o preferimos utilizar mil eufemismos con tal no enfrentarnos ante este misterio tan doloroso.

¿Pero que es el adiós si no una muerte del instante? Cuando digo adiós, muero, o se mueren para mi los otros, aunque los espacios físicos se mantengan. Pero morí. Me fui. Y muchas veces, no pretendo volver.

Así que quizá una forma «cercana» de plantearnos la muerte, es re-pensar nuestras despedidas. Consideraré tres momentos: cuando nos despedimos de personas, para volverlas a ver; cuando nos despedimos de personas o lugares para nunca volver; cuando otros son quienes se despiden de nosotros sin nuestra voluntad.

El adiós mas común es que decimos a nuestros amigos o allegados. ¡Hasta luego! ¡Chao! ¡Nos vemos!. Lo decimos, lo sentimos, lo vivimos…aún así, lo dudamos. Siempre que lo decimos quedamos en la duda o la incertidumbre de «quizá realmente no nos volvamos a ver», porque quizá otro adiós más contundente y radical se interponga entre nosotros.

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Miedo, duda, e incertidumbre duran un segundo en nuestra mente, volvemos a sonreír, y seguimos nuestro camino, preferimos abrazar la confianza y la esperanza de que sí, sí nos volveremos a ver. ¿Pero…y si no?.

Cuando nos despedimos de alguien o de un lugar con la intención de jamás volver podemos encontrar dolor o alivio en la experiencia. Te cuento dos recuerdos:

Un día me fui de mi ciudad, y ahí estaba el amor de mi vida. Tuve que decirle «adiós cariño». Pero cuando la veía, realmente me estaba despidiendo para siempre de la ciudad, no de ella. Ella venía conmigo en mi corazón y tenía yo toda la intención de volverla a ver lo más pronto posible. Pero en ese despido, encontraba en ella la ciudad. Aquella ciudad en la que viví 8 años, aquella ciudad que había sido el escenario de mi adolescencia, de mi amor secreto… todo lo que podría ser la ciudad para mi ese día moriría porque no volvería. No he vuelto.

En otra oportunidad, llegué a casa después del trabajo. Miré a mis padres y dije «me voy». En cinco minutos tenía mi vida empacada. Y dije adiós. Sí, esa vez dije adiós a mis padres. También a aquella casa. También a aquellos dos años viviendo en secreto y viviendo en angustia. Decía adiós a la homofobia interiorizada y a la persecución. Volví a esa casa a visitar. Pero jamás he vuelto a ese lugar.

Por último, están los momentos en que otros te dicen adiós sin tu voluntad. Os cuento otro recuerdo. Una vez recibí una llamada «esto fue un error, adiós». Y se cortó la llamada. No pude entender por qué me decían adiós de esa forma tan abrupta. Yo me pensaba con ella, pero ella se decidió sin mi.

Luego volvió. Y ahora somos.

La semana anterior estuve leyendo a Kierkegaard, y siento que soy más parecida a él de lo que reconocía. La vida no está definida, y mis intentos por definirme o definir mi tiempo es insensato.

La angustia nunca me abandonará, la incertidumbre nunca se apartará de ti. Asúmelo. Yo intento vivir con ello.

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Pero pensando en estos momentos del adiós, y pensando en Kierkegaard puede que el tono de este artículo se aun poco «deprimente». Pero es que la angustia es la esperanza de la vida. Es la libertad de un existente. Un día hablaremos largo y tendido de Kierkegaard.

Por ahora solo me consuelo que mi vida estará llena de tantos adiós, como de Presentaciones. La vida está llena de puertas de salida, así como puertas de entradas. Donde hay una salida, hay una bienvenida.

Quiero que pienses en cada adiós que ha significado un hito en tu biografía. Habrás despedido a personas y lugares y jamás has vuelto a pensar en ellos. Hazlo ahora. Quizá otros rompieron contigo, y jamás volvieron su mirada a ti, pero otros te buscaron.

Cuando sea la muerte no sabremos que la hemos vivido. Por eso, para no perdernos ninguna experiencia, cuando digas adiós, dilo con sentido. Dilo con la duda y el miedo de no volver a verla/lo. Di adiós a esos lugares que te secan el alma y jamás los vuelvas a pisar. No tengas miedo de decir adiós.

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