PODER Y FILOSOFÍA: una historia de amor tóxica (I)

Si hay algo que quizá todos, a una edad alcanzada, deseamos vivir o compartir es el amor de pareja. Seguro nos hemos reído y llorado con cientos de películas románticas que cada año destacan en nuestra cartelera de cines, aumentando ese deseo de vivir un romance de película. Pero en las buenas comedias, también nos da mucha gracia esas «parejas-disparejas«. Esas dos personas que son como polos opuestos y por más que intenten la relación el destino o sus carácteres vertiginosos siempre les hacen romper y la historia es una ir y venir de múltiples intentos, fracasos, ilusiones y rupturas. 

Hay valores o aspectos de la vida cívica que parecen sumarse a esa línea romántica, muchos empeñan en juntarlos, otros en separarlos, pero una fuerza cósmica parece encargarse de encararlos uno y otra vez. De tanto que podríamos hablar, me gustaría señalar la filosofía y el poder. Dos grandes autores protagonizarán esta narrativa: Platón y Maquiavelo.

Platón, perfect match

Ilustracion: Aldo Tonelli

Platón, (Atenas, 427-347 a.C) creía que la ciudad justa, la ciudad ideal y perfecta, no sería otra que una ciudad donde cada miembro se ocupa de la profesión que le corresponde por tendencia de su alma. Están las personas dispuestas a ser guardianes, productores o gobernantes. Los primeros protegen frente a enemigos; los segundos  se ocupan del abastecimiento de la ciudad; y los terceros, son los líderes de la ciudad. 

Para Platón, el gobernante, quienes están en el poder deben gozar de una sabiduría excelententísima y una agudez filosófica sin parangón entre los miembros. Solo el más sabio será el gobernante correcto, aquí la filosofía se funde con el poder. 

Para Platón, fue personalmente muy frustrante la muerte de Sócrates, su maestro, en manos de unos políticos corruptos e incompetentes que realmente no velaban por el bien de la ciudad sino por mantener la ambicion in crescendo. Esta experiencia es clave para la necesidad de que la sabiduría – la filosofía – esté encarnada en el gobernante, ya que solo así se puede vivir en paz, en calma, en orden y se podría evitar desgracias personales y familiares como le ocurrió a él en primera persona. 

Habría que tener cuidado con la banalidad actual de la palabra «sabiduría», no nos referimos a un líder carísmático ni popular, ni siquiera con gran compunción religiosa que quizá se nos hacen más cercanos a nuestra experiencia política. En realidad, para Platón, no hay ningún referente terrenal de ese nivel de sabiduría, porque es el resultado de un progreso dialéctico que llega a tocar el Bien (con mayúscula), externa de este mundo sensorial y efímero.

Recordemos el mito de la Caverna: el filósofo al desprenderse de las cadenas y ascender al mundo «real» fuera de la caverna, descubre que hay un mundo en sí, directo e inmediato, no son sombras ni responden a una actuaciones arbitrarias de una proyección engañosa. A pesar de la ceguera inicial, incitado por el poder de la curiosidad y ansias de conocerlo logra ver el Bien en su esplendor. La Verdad en sí. La Justicia en sí. El Bien en sí, la Sabiduría en sí.

¿Quién querría abandonar este éxtasis? El filósofo tiene una responsabilidad política y social con quienes están coartados de libertad. No puede evitar sino volver a adentrarse con la misión de traerlos a la luz a pesar de que reconoce que no le concederán el mérito ni la credibilidad de los hechos. ¿Esto lo hace desestimar su causa? No. 

Este es el líder, el gobernante que la ciudad necesita y merece, alguien que ostente el poder pero que sea amante del Bien, y solo así la dirección de la sociedad mantendría la paz necesaria para crecer y desarrollar sus capacidades, incluso, permitiría que todos tuviesen oportunidad y espacio de ser educados para un criterio profundo y no solo sensorial. 

La consumación del poder y la filosofía, en este caso, del Bien, daría luz perfección.

Y ese es el problema: no hay ni una caso remoto de posibilidad de realizarlo simplemente porque la naturaleza humana en su manifestación personal y social nos indica una tendencia a sentarse muy cómodamente en lo más profundo disfrutando del show de sombras. 

Es un amor de novela que por más que quieras vivirla, siempre parece inalcanzable. Es sólo un amor platónico.

Continuará

Si quieres leer a Platón, te recomendamos comenzar por aquí.

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